Hace mucho tiempo en el pueblecillo donde vivíamos, la casa en que habitábamos nos dio muestras de fenómenos raros tales como el siguiente: En este lugar se distribuían víveres de todo tipo, dado que era una especie de tienda del pueblo, donde había de todo y se les prestaban los víveres a la gente muy pobre que no podía pagar diariamente lo consumido.
Les otorgaban unos vales que se supone que deberían pagar cada semana pero debido a que los hombres en su mayoría tomaban mucho alcohol, se bebían, el dinero que ganaban, ocasionando un drama para sus familias, dado que en muchos casos debían varias semanas de pago.
Uno de los deudores que se negaba rotundamente a pagar, tenía fama de practicar actos de brujería y en algunas ocasiones se enorgullecía de ello y amenazó a que no le cobraran más porque lo iban a lamentar. Cierta noche, se paró aproximadamente a unos 100 metros de distancia de la tienda y en nuestra casa, que estaba junto a la tienda, se empezaron a oír pedradas sobre paredes y techos como si hubiera una gran multitud aventando enormes piedras con mucha fuerza, al grado tal que la casa parecía que se iba a derrumbar. Uno de los familiares se atrevió a asomarse por una ventana y únicamente observó al brujo aquél que con la mirada fija hacia la casa, parecía que le salía fuego por los ojos y que con una sonrisa irónica y grandes ademanes pronunciaba unas palabras inentendibles.
Después de un rato, pareció que se iba acumulando una gran cantidad de piedras y que iba a ser cosa imposible salir de la casa. Al retirarse dicho individuo, cesaron los ruidos y todo quedó en tranquilidad y calma.
Tiempo después, salimos a ver qué había sucedido, encontrándonos con que no había ni siquiera un grano de arena, esto causó cierto espanto entre las gentes del pueblo tomándole miedo a este señor.