viernes, 2 de agosto de 2013

El demonio saltarin

Aparecía en la noche, dando saltos; los testigos decían que sus ojos brillaban como bolas de fuego, sus manos eran garras heladas y su boca escupía llamaradas. 

Durante más de 60 años, esta espantosa criatura, a la que se atribuía la capacidad de saltar por encima de altos muros o alcanzar de un salto los tejados con una facilidad sobrehumana, tuvo a Inglaterra sometida al terror. 

En los primeros años de la década de 1830, las historias acerca de una espantosa demoníaca figura que daba enormes señales se difundieron por todo el país. La opinión británica las consideraba insensatas, productos de la histeria colectiva. Pero los informes sobre el monstruo continuaron llegando a Londres; provenían principalmente de personas que atravesaban Bames Comman, al sudeste de la capital británica. 

En enero de 1838, la existencia del extraño ser saltarín fue oficialmente reconocida. En la sede del ayuntamiento, el lord mayor de Londres, sir John Cawan, leyó en público la carta que al respecto le habían enviado unos atentos 

Y asustados ciudadanos de Peckham; en ella se describían algunas de las proezas; algunos de los fenomenales saltos del demoníaco ser. La revelación del lord mayor produjo un considerable revuelo en Londres. 

Entonces comenzaron a fluir a raudales las denuncias, formuladas por personas que hasta ese momento habían temido caer en el ridículo si informaban sobre sus encuentros con esa criatura, a la que comenzó a llamarse Jack el Saltarín. 

Polly Adams, la bella hija de un granjero de Kent trabajaba en una taberna del sur de Londres; fue atacada por el monstruo a fines de 1837, mientras caminaba por Blackheath. Su atacante huyó, salvando grandes distancias mediante saltos prodigiosos. 

Una joven criada, Mary Stevens, sufrió un ataque del Saltarín en Bames Cammon. Una mujer que, después de visitar a unos amigos, volvía a su casa atravesando el cementerio de Clapham, también tuvo que enfrentarse con la misteriosa criatura. 

Lucy Scales y su hermana, hijas de un carnicero londinense, paseaban a orillas del Támesis; regresaban a su hogar después de haber visitado a un hermano de ambas cuando, al atravesar Green Dragon Alley, en Leinehouse, sufrieron una extraña agresión. Una figura cubierta por un capote surgió de la oscuridad y escupió llamas sobre Lucy, lo que le provocó una ceguera momentánea. Luego desapareció dando enormes saltos. 

La siguiente victima fue Jane Alsoph, que junto con su padre y dos hermanas ocupaba una casa alquilada en Bearhind Lane, Bow. Una noche de febrero, Jane oyó que alguien llamaba frenéticamente a la puerta; la muchacha se apresuró a abrir: se encontró con una figura envuelta en una capa larga y negra que permanecía en la penumbra y que le dijo bruscamente: “Soy policía; por Dios, tráigame una lámpara, que hemos cogido a Jack el Saltarín en esta calle”. 

El corazón de Jane dio un salto; la noticia la llenó de aturdimiento y excitación. Pensó: “Entonces, después de todo, las extrañas historias del hombre duende eran reales”. Entró corriendo a su casa, cogió una vela y se la dio a su interlocutor. Pero en lugar de hacer lo que se esperaba, el falso policía se despojó del capote y mostró su terrorífica figura: iba vestido con un casco ajustado, del que sobresalían dos cuernos, y un traje blanco ceñido. 

El agresor cogió a Jane por el cuello y colocó la cabeza de la muchacha baja una de sus axilas, mientras le desgarraba el vestido y palpaba su carne desnuda. La muchacha consiguió desasirse y dio gritos aterrorizados. El hombre la persiguió y le dio nuevamente caza, la aferró por los largos cabellos. Pero la hermana de Jane había oído los gritos y dio la alarma; antes de que los alarmados salvadores pudieran capturar al agresor, la extraña criatura abandonó a su presa y, con un salto increíble, se perdió en la oscuridad.

Más tarde, Jane dio a las autoridades una descripción de su atacante: “Su rostro era horrible; sus ojos parecían bolas de fuego, sus manos eran grandes garras heladas y vomitaba llamas azules y blancas”. 

La colorida descripción fue repetida una y otra vez por otras mujeres a quienes el monstruo había agredido y de las que siempre se sospechó que estaban histéricas. Se trataba de una descripción que en poco podía ayudar a la policía en su persecución del fantástico agresor. 

Se organizaron pelotones de vigilantes voluntarios, se ofrecieron recompensas; la policía se esforzó en vano por descubrir el paradero del monstruo. Incluso el duque de Wellington, a pesar de sus casi 60 años, cogió las armas y montó a caballo para participar en la persecución. 

Durante los siguientes años, Jack el Saltarín extendió su radio de acción a todo el país. Las denuncias sobre sus ataques provenían tanto de los barrios bajos de Londres como de aldeas remotas. 

En febrero de 1855, el misterio se extendió hasta el West Country. Los habitantes de cinco localidades de South Devon se despertaron un día y advirtieron que durante la noche había caído una intensa nevada. Al mismo tiempo descubrieron que sobre la nieve virgen se destacaban unas misteriosas huellas, que trepaban por las paredes hasta los tejados y atravesaban pasos que durante la noche habían estado cerrados. Presas del terror, los habitantes de South Devon llamaron a esos rastros “Las huellas del demonio”. Hubo quien las atribuyó al fantasma de algún animal; otros a Jack el Saltarín. 

Jack el Saltarín anduvo dando saltos por todo el país en 1870. El ejército se tomó el caso en serio y organizó un plan para atraparlo. Las autoridades militares no tuvieron más remedio que adoptar esa actitud, porque muchos centinelas -algunos de ellos curtidos veteranos de la guerra de Crimea- habían sido aterrorizados por el monstruo. Una figura fantástica atacaba a los soldados de guardia; el extraño ser surgía de pronto de entre las sombras y saltaba hasta el techo de las casetas, o abofeteaba a los centinelas con sus garras heladas. 

En Lincoln, fuera de sí por una mezcla de terror y de furia, los lugareños se armaron y persiguieron al monstruo. Como siempre, éste desapareció en la noche, después de soltar una carcajada histérica. 

La última vez que alguien vio la diabólica cara de Jack fue en 1904, en Liverpool. El extraño ser aterrorizó a los pobladores del área de Everton dando saltos enormes por las calles, brincando desde el pavimento hasta los tejados y bajando de un salto otra vez. Cuando algunos temerarios perseguidores trataron de cercarlo, el monstruo se desvaneció en la noche. 

En la Gran Bretaña victoriana abundaban los ricos excéntricos; tal vez –se piensa- alguno de ellos haya encontrado divertido gastar su tiempo y su dinero en sembrar el terror a lo largo del país. Algunos sospecharon del Mad Marquis -el Marqués Loco- de Watedord. Sin embargo, por lo que se sabe, el marqués era violento e irresponsable, pero nunca fue un depravado. 

El misterio de Jack el Saltarín permanece todavía sin explicación. Después de su actuación en Liverpool, desapareció, aparentemente para siempre.


Fuente

Demonio saltarin

Aparecía en la noche, dando saltos; los testigos decían que sus ojos brillaban como bolas de fuego, sus manos eran garras heladas y su boca escupía llamaradas. 

Durante más de 60 años, esta espantosa criatura, a la que se atribuía la capacidad de saltar por encima de altos muros o alcanzar de un salto los tejados con una facilidad sobrehumana, tuvo a Inglaterra sometida al terror. 

En los primeros años de la década de 1830, las historias acerca de una espantosa demoníaca figura que daba enormes señales se difundieron por todo el país. La opinión británica las consideraba insensatas, productos de la histeria colectiva. Pero los informes sobre el monstruo continuaron llegando a Londres; provenían principalmente de personas que atravesaban Bames Comman, al sudeste de la capital británica. 

En enero de 1838, la existencia del extraño ser saltarín fue oficialmente reconocida. En la sede del ayuntamiento, el lord mayor de Londres, sir John Cawan, leyó en público la carta que al respecto le habían enviado unos atentos 

Y asustados ciudadanos de Peckham; en ella se describían algunas de las proezas; algunos de los fenomenales saltos del demoníaco ser. La revelación del lord mayor produjo un considerable revuelo en Londres. 

Entonces comenzaron a fluir a raudales las denuncias, formuladas por personas que hasta ese momento habían temido caer en el ridículo si informaban sobre sus encuentros con esa criatura, a la que comenzó a llamarse Jack el Saltarín. 

Polly Adams, la bella hija de un granjero de Kent trabajaba en una taberna del sur de Londres; fue atacada por el monstruo a fines de 1837, mientras caminaba por Blackheath. Su atacante huyó, salvando grandes distancias mediante saltos prodigiosos. 

Una joven criada, Mary Stevens, sufrió un ataque del Saltarín en Bames Cammon. Una mujer que, después de visitar a unos amigos, volvía a su casa atravesando el cementerio de Clapham, también tuvo que enfrentarse con la misteriosa criatura. 

Lucy Scales y su hermana, hijas de un carnicero londinense, paseaban a orillas del Támesis; regresaban a su hogar después de haber visitado a un hermano de ambas cuando, al atravesar Green Dragon Alley, en Leinehouse, sufrieron una extraña agresión. Una figura cubierta por un capote surgió de la oscuridad y escupió llamas sobre Lucy, lo que le provocó una ceguera momentánea. Luego desapareció dando enormes saltos. 

La siguiente victima fue Jane Alsoph, que junto con su padre y dos hermanas ocupaba una casa alquilada en Bearhind Lane, Bow. Una noche de febrero, Jane oyó que alguien llamaba frenéticamente a la puerta; la muchacha se apresuró a abrir: se encontró con una figura envuelta en una capa larga y negra que permanecía en la penumbra y que le dijo bruscamente: “Soy policía; por Dios, tráigame una lámpara, que hemos cogido a Jack el Saltarín en esta calle”. 

El corazón de Jane dio un salto; la noticia la llenó de aturdimiento y excitación. Pensó: “Entonces, después de todo, las extrañas historias del hombre duende eran reales”. Entró corriendo a su casa, cogió una vela y se la dio a su interlocutor. Pero en lugar de hacer lo que se esperaba, el falso policía se despojó del capote y mostró su terrorífica figura: iba vestido con un casco ajustado, del que sobresalían dos cuernos, y un traje blanco ceñido. 

El agresor cogió a Jane por el cuello y colocó la cabeza de la muchacha baja una de sus axilas, mientras le desgarraba el vestido y palpaba su carne desnuda. La muchacha consiguió desasirse y dio gritos aterrorizados. El hombre la persiguió y le dio nuevamente caza, la aferró por los largos cabellos. Pero la hermana de Jane había oído los gritos y dio la alarma; antes de que los alarmados salvadores pudieran capturar al agresor, la extraña criatura abandonó a su presa y, con un salto increíble, se perdió en la oscuridad.

Más tarde, Jane dio a las autoridades una descripción de su atacante: “Su rostro era horrible; sus ojos parecían bolas de fuego, sus manos eran grandes garras heladas y vomitaba llamas azules y blancas”. 

La colorida descripción fue repetida una y otra vez por otras mujeres a quienes el monstruo había agredido y de las que siempre se sospechó que estaban histéricas. Se trataba de una descripción que en poco podía ayudar a la policía en su persecución del fantástico agresor. 

Se organizaron pelotones de vigilantes voluntarios, se ofrecieron recompensas; la policía se esforzó en vano por descubrir el paradero del monstruo. Incluso el duque de Wellington, a pesar de sus casi 60 años, cogió las armas y montó a caballo para participar en la persecución. 

Durante los siguientes años, Jack el Saltarín extendió su radio de acción a todo el país. Las denuncias sobre sus ataques provenían tanto de los barrios bajos de Londres como de aldeas remotas. 

En febrero de 1855, el misterio se extendió hasta el West Country. Los habitantes de cinco localidades de South Devon se despertaron un día y advirtieron que durante la noche había caído una intensa nevada. Al mismo tiempo descubrieron que sobre la nieve virgen se destacaban unas misteriosas huellas, que trepaban por las paredes hasta los tejados y atravesaban pasos que durante la noche habían estado cerrados. Presas del terror, los habitantes de South Devon llamaron a esos rastros “Las huellas del demonio”. Hubo quien las atribuyó al fantasma de algún animal; otros a Jack el Saltarín. 

Jack el Saltarín anduvo dando saltos por todo el país en 1870. El ejército se tomó el caso en serio y organizó un plan para atraparlo. Las autoridades militares no tuvieron más remedio que adoptar esa actitud, porque muchos centinelas -algunos de ellos curtidos veteranos de la guerra de Crimea- habían sido aterrorizados por el monstruo. Una figura fantástica atacaba a los soldados de guardia; el extraño ser surgía de pronto de entre las sombras y saltaba hasta el techo de las casetas, o abofeteaba a los centinelas con sus garras heladas. 

En Lincoln, fuera de sí por una mezcla de terror y de furia, los lugareños se armaron y persiguieron al monstruo. Como siempre, éste desapareció en la noche, después de soltar una carcajada histérica. 

La última vez que alguien vio la diabólica cara de Jack fue en 1904, en Liverpool. El extraño ser aterrorizó a los pobladores del área de Everton dando saltos enormes por las calles, brincando desde el pavimento hasta los tejados y bajando de un salto otra vez. Cuando algunos temerarios perseguidores trataron de cercarlo, el monstruo se desvaneció en la noche. 

En la Gran Bretaña victoriana abundaban los ricos excéntricos; tal vez –se piensa- alguno de ellos haya encontrado divertido gastar su tiempo y su dinero en sembrar el terror a lo largo del país. Algunos sospecharon del Mad Marquis -el Marqués Loco- de Watedord. Sin embargo, por lo que se sabe, el marqués era violento e irresponsable, pero nunca fue un depravado. 

El misterio de Jack el Saltarín permanece todavía sin explicación. Después de su actuación en Liverpool, desapareció, aparentemente para siempre.


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jueves, 1 de agosto de 2013

Mas que miedo

Me llamo Oscar, y voy a contar una cosa que nos paso a mí, y a un par de amigos míos. 
Esta historia no es como las demás, que solo buscan dejarte con el miedo en el cuerpo. 
Tenemos grabaciones en el móvil, alguna que otra foto, etc... 

Esto ocurrió un fin de semana que se presentaba perfecto; discotecas, alcohol, chicas... 
Era viernes por la noche y mis padres no se encontraban en casa, ni lo estarían en todo el fin de semana. 
Estaba viendo la televisión, y poco a poco estaba acabando con mi paciencia. Decidí cojer el teléfono y llamar a un amigo, o quizás un par. –Cuantos mas, mejor nos lo pasaremos- 
Con la libertad de estar solo en casa, coji el teléfono y llame a un par de amigos, para invitarlos a pasar un fin de semana en mi casa. 
Hice cinco o seis llamadas. –Tengo que decir que en dos de ellas marque un número erróneo- 
Dos de mis mejores amigos aceptaron mi invitación y vinieron a mi casa. -Es una casa apartada de la ciudad-.
Picaron a la puerta. Decidí apagar la televisión, ya que me estaba aburriendo. Abrí la puerta y los recibí. 
Pasamos todos tres juntos al comedor, y me di cuenta de que la televisión seguía encendida. Yo estaba seguro que la apague antes de recibir a mis colegas. –Aun así no le di mayor importancia- 
Como jóvenes que somos, nos pusimos a ver la tele y beber como hacemos normalmente, aprovechando la ausencia de nuestros padres en casa. Nos lo estábamos pasando de lo mejor. 
Risas, críticas a los programas que echaban por la tele etc...Pero de repente, escuchemos un fuerte golpe, venia de arriba. 
Toni dijo que no era nada, que el viento probablemente habría abierto una ventana mal encajada. 
Se hacia cada vez mas tarde, y nosotros continuábamos a lo nuestro, bebiendo, riéndonos y esas cosas. 
Empezaron a retransmitir un programa de efectos paranormales, la hora es indicada para que los niños no la puedan ver. Empezaron haciendo un reportaje en un cementerio. Apaguemos la tele, ya que esos temas, no nos interesaban. 
Porque lo quitáis, tenéis miedo o que? –Vaciló Ivan-. 
Ivan era el típico estudiante, bien plantado, que se hacia el valiente cuando estaba entre amigos. Pero que todos sabían que cuando esta solo, es un rilado. 
Volvimos a encender la tele, para demostrar al estupido de Ivan, que ese programa no nos afectaba ni la mas mínima. Namas volver a poner el canal, pudimos ver la imagen, una sombra en un cementerio. Suponíamos que era de un reportaje. 
Porque no vamos nosotros a dar una vuelta al cementerio? –dijo Ivan, disimulando su miedo en un gesto muy atrevido- 
Toni y yo al compás afirmamos esa pregunta. Cojimos ropa de abrigo, pues en una noche como esta, debíamos ir abrigados. También nos llevamos encima todo tipo de utensilios, móviles, linternas y como no una pequeña cámara digital. 
Salimos de casa preparados para vivir una experiencia –brutal-. Me asseguré de cerrar la puerta con la llave. 
Nos encaminamos al cementerio de nuestro municipio, no quedava muy lejos de mi casa. 
Ivamos comentando nuestras cosas, Ivan iva entre Toni y yo –supongo que seria, para demostrarnos que es un valiente-. 
Lleguemos a la puerta del cementerio. Havia una ligera brisa. 
Intentemos abrir la puerta, y nos llevamos un susto. La puerta estaba oxidada, seguramente del tempo en que a estado inutilizada. 
Con un terrible esfuerzo, conseguimos desplazar la puerta lo suficiente como para colarnos en el cementerio. Una vez dentro, encendimos nuestras linternas, y procuramos no hacer mucho ruido. 
E tíos, no es bueno perturbar las almas de los difuntos –dijo Ivan en una voz apagada- 
Toni y yo nos echemos a reír, y tratamos de calmarlo. Le convencimos de que no ariamos nada malo, y que no pasaría nada. 
Caminábamos poco a poco, alumbrando con las linternas cada centímetro que íbamos avanzando. De repente, el viento empezó a soplar con fuerza, y como es de esperar, los ramos de flores depositados en los panteones de los difuntos, hacían un ruido de lo más espantoso. 
La cosa se estaba poniendo fea, teníamos mucho miedo, para que negarlo? 
Seguíamos avanzando, alumbrando todo lo que dejábamos atrás, mayormente tumbas. 
De repente algo me agarro fuertemente, y no tarde en darme la vuelta –Afortunadamente era Toni- 
Me susurro que vio algo brillante en medio de la oscuridad, y que sentía miedo dentro del cementerio. –Me lo dijo al oído, por tal de que Ivan no se asustase más- 
Lo dejamos correr, pensamos que fue una imaginación producida por el pánico. 
Pero poco después, sucedió lo mismo. Entonces no perdimos ni un momento y fuimos a donde afirmo ver algo brillante. 
Lleguemos a un campo, de escasos metros, donde en medio havia una pequeña habitación con una tumba dentro. Teníamos mucho miedo, parecía una toma de película, pero desafortunadamente era real. 
Volvimos a sentir un ruido dentro de esa misteriosa sala, Ivan no aguantaba más, si seguía de brazos cruzados contemplando el recinto, le podría dar un ataque al corazón. Cuando nos dimos cuenta Ivan ya havia entrado en el recinto. 
Toni y yo no teníamos el valor que Ivan venció en una décima de segundo. Estábamos nerviosos, no nos dimos cuenta de que nuestro amigo entro allí adentro. 
Empecemos a gritar-le, en cuanto saliera de allí nos iríamos, dejaríamos el cementerio y volveríamos a mi casa. 
Pero Ivan no respondía, la angustia se aferró de Toni y de mi –no teníamos ni idea de que le pasaba a Ivan- 
Volvimos a sentir un fuerte ruido que procedía de allí adentro. Le dije a Toni que me esperase, que le podía estar pasando algo a nuestro amigo, y que yo iva a entrar. Antes de entrar le advertí que no dejara de alumbrarme con la linterna. 
Me decidí, comencé a caminar hacia la obertura de la pequeña habitación, la luz de la linterna me quitaba un poco el miedo, pero no todo. Estaba a unos escasos metros de la puerta, cuando vi una sombra en el suelo. Avise a Toni, yo sabia que algo malo le pasaba a mi amigo. 
Entre decidido para buscar a Ivan –debía estar allí, porque entro y no lo vimos salir- 
Una vez dentro, el corazón se me acelero al ver a Toni estirado boca arriba, tenia el móvil fuertemente sujeto entre sus manos. Se lo arrebate en un jesto de impotencia y salí corriendo, Toni no tubo que preguntarme nada, se hecho a correr detrás mío. 

En la huida del cementerio, iba derramando lágrimas por mi amigo Ivan, en ese momento no me fije si estaba vivo o muerto, no atine a tomarle el pulso. Solamente le arrebate el móvil. 

“Es culpa mía todo esto” pensé mientras iva corriendo. 

La puerta estaba a unos escasos 100 metros de distancia, y Toni corría velozmente detrás mío. 
La huida se nos estaba haciendo eterna, una vez delante de la puerta. Tuvimos que hacer un hábil gesto para esquivar la puerta, que anteriormente aviamos forzado para poder entrar. 

Una vez fuera del cementerio, suponíamos que el peligro havia acabado. Pero no fue así, alguna cosa extraña (no pudimos ver concretamente que) nos perseguía. Toni y yo, no teníamos otra opción que ir corriendo hacia mi casa y intentar encerrarnos y dar parte a la policía. 

Esa cosa extraña cada vez se nos acercaba mas, deje que Toni me pasara para asi tenerlo controlado. (no queria perder otro amigo, por mi culpa) 

Faltaba poco para poder ver mi casa, para simplemente verla. Cuando ya la teníamos en nuestro campo de visión, esa cosa que nos perseguía, al parecer aumento de ritmo. 

Si seguíamos a nuestro ritmo acabaría atrapándonos. Teníamos una larga recta delante nuestro, le grite a Toni y le lancé las llaves. –ya que el iva primero, ganaríamos unos segundos abriendo la puerta-. 
Toni no tardo en abrirla, yo estaba a unos metros de el, me estaba gritando pero yo no podía oír nada, solo veía su dedo señalando detrás mío, y su boca en un gesto de miedo. 
Me faltaban unos metros y estaría a salvo en mi casa con mi amigo. Hice un último esfuerzo y entre la puerta, que posteriormente fue cerrada con una velocidad brutal, por parte de Toni. 

Echamos todos los pestillos posibles e incluso pusimos sofás en la puerta, para bloquear el paso de esa cosa extraña que teníamos detrás. 

Nos caímos al suelo muertos de miedo, no nos salían las palabras. En un mar de dudas, la puerta sonó repeditamente. Un golpe detrás de otro. –no sabíamos que podía ser, pero no queríamos abrir- 

Empezamos a hecharnos cada vez mas hacia detrás, hasta chocarnos con la pared de la entrada, no me acuerdo bien como pero empezamos a pedir perdón –no recuerdo porque- 
Solamente pedíamos salir con vida de aquello… 

Volvió a sonar la puerta, y al cavo de un rato oímos la voz de Ivan! Abridme por favor! –decía- 

Era un momento de tensión, la puerta cada vez se movía mas, supuestamente Ivan la golpeaba con más fuerza. 

Nos asomamos a la mirilla, y apreciamos a Ivan lleno de sangre, con la ropa destrozada. No dudamos ni un segundo en abrirle la puerta para curarlo y llevarlo a un hospital. 

Desde esa noche, no hemos vuelto a venir a mi casa nunca más. Nos hemos cambiado de pueblo, y mi amigo Ivan esta ingresado en un psiquiátrico de Barcelona, donde lleva sin hablar desde el día en que le ocurrió aquel fatídico ataque en el cementerio. 

No sabemos que le ocurrió, como no habla, nunca podremos saber que le paso. 
Solo tenemos una pequeña prueba que capto su propio móvil dentro del recinto. –Aparece una sombra y sus propios gritos de pánico-


Relato Extraido de: Aquí

miércoles, 31 de julio de 2013

El Compadre

Hace tres años comenzaba a trabajar en una fábrica. Conversando con mis nuevos compañeros, oyendo las historias de todos, y conociendo a unos a través de los cuentos de los demás, supe que hacía tres meses, había muerto un auxiliar de contabilidad allí mismo en la oficina. El "compadre", como todos lo llamaban, era un hombre joven, alto y gordo. Gran bromista y buen bebedor de cerveza. Amigo de sus amigos. De lengua y verbo punzante y corrosivo para con quien no actuara con justicia. Como tantas veces en cualquier empresa, un día se presentaron problemas con el cuadre de una cuenta contable al cierre del mes. El "compadre" discutía con su jefe. Todos los compañeros seguían atentamente la escena. Tanto los departamentos de contabilidad, como recursos humanos y cuentas por cobrar, se encontraban en un salón sin divisiones. Cada departamento lo constituía el grupo de escritorios de sus miembros. Nadie podía sustraerse al agrio intercambio de palabras. La discusión subía de tono y de decibeles. El “Jefe”, en un momento dado, abusando de su supremacía, al parecer, sugirió que el error podía deberse a algún tipo de… manejo inadecuado de los fondos de la empresa… Un robo, pues. El “compadre” se incorporó airado y ofendido. Seguramente pensó en estrellarle un puñetazo en la cara al infeliz que esgrimía ese infundio. La cólera encendió su rostro ahora callado. Sus ojos se clavaron como remaches en los ojos del jefe. Se sentó de nuevo. Apoyó los brazos en su escritorio y bajó la cabeza. Ante el súbito silencio, todos los espectadores voltearon a mirarle. Era muy raro que el “compadre” se quedara callado, una vez que se le soltaba la sin hueso.

II

La lividez fue ganando terreno en su rostro. El “jefe” envalentonado por la aparente rendición del Goliat, arreció en sus reclamos. Ahora con aún mas saña. Uno de sus más queridos compañeros, el “Pollino” lo llamó súbitamente alarmado. ¡Compadre! 

El gigante alzó el rostro. El rojo encolerizado de las mejillas había cedido su espacio al blanco transparente de la estupefacción. Mirando fijamente al “Pollino”, sin decir palabra se desplomó de su silla cayendo definitivamente al suelo. 

Ha partir de allí todo fue confusión. Incredulidad. Llantos. Estupefacción. Las lágrimas se mezclaban con gritos histéricos y ordenes de los que sabían más y de los que sabían menos, que hacer en estos casos. Que distinto era leerlo en los manuales de primeros auxilios de seguridad industrial. Pero aquel era el “compadre”. Y se iba. Con gran dificultad lograron sacarlo de la oficina, del piso y de la fábrica. Era tan grande el “compadre”…

III



Nadie perdonó nunca a J.J. (¿Jodido Jefe?). No lo decían, pero la responsabilidad por la pérdida del “compadre” pesaba como una cruz. Como una loza. Lo echaban de menos y lo recordaban a la menor ocasión. Incluso alguno de, aquellos, sus amigos, aseguraba que de vez en cuando se sentía su presencia aún en ese piso que tanto había pateado en vida. Mis primeros meses en la empresa se vieron acompañados de continuas referencias, cuentos, anécdotas, muchos chistes y viejas bromas del “compadre”.
Confieso que día a día, iba ganándome un sentimiento de simpatía y hasta de abierta camaradería con aquel gordo enorme, juguetón y bromista del que tanto me hablaban. 


Un día cualquiera tuve que ir a contabilidad a resolver un problema. Me paré frente al escritorio del “pollino” y hablando de nuestras cosas de trabajo… ¡Coño! Un corrientaza de frío me traspasó todo el cuerpo. Toda la piel se me erizó. Hasta los cabellos de la nuca. Me sentí como un puerco espín. Mis ojos se humedecieron y ¿supe? en un instante, qué era aquello.
-Pollino. ¿Dónde trabajaba el compadre?
-Aquí mismo, Dr. En este escritorio que uso yo ahora.
-¡Coño’e su Madre! 
-¿Qué pasó Dr? La pregunta la hacía el “Marino” otro de los participantes de la cofradía cañera del “compadre”.
-Acabo de sentir una corriente de aire helado que me atravesó todo el cuerpo…
-Ay coño, ese es el compadre.
Otro ramalazo gélido me traspasó con más intensidad aún que el anterior. Con los ojos llenos de lágrimas sonreí. El acontecimiento me había sorprendido profundamente. Pero en la intimidad de mi corazón, sentí que lo que había sentido, era como una señal de bienvenida o una aceptación manifestada por el ahora “nuestro compadre”. Y sin saber muy bien porqué, se lo agradecí infinitamente.

A partir de ese momento y durante los tres años que trabajé en esa empresa, me ocurrió algo curioso, y según si se quiere ver así, gracioso. Mi oficina tenía un baño privado que solo usaba yo regularmente. Todos los mediodías me quedaba a almorzar en el trabajo. Me llevaba algo de casa y me quedaba viendo las noticias en Noticiero Digital, Venezuela es noticia y noticias 24. Todos los demás compañeros almorzaban en el comedor que quedaba bastante retirado. Era costumbre, que al irse a comer, apagaran todas las luces de las oficinas. Eso para mi era muy conveniente pues disfrutaba de mi hora de almuerzo tranquilo. Pues es el caso, que justo durante esa hora, con muchísima frecuencia la puerta del baño se abría sola. Generalmente yo entraba a lavarme las manos antes de comer. Así como iba a lavarme la boca y cepillarme los dientes después. Estoy completamente seguro que cada vez cerraba muy bien la puerta. Y casi dos veces de cada cinco, la puerta se abría sola. Yo les contaba a los muchachos y ellos solo me decían:
-Ah no, tranquilo Dr. Ese es el “compadre”.

IV

Frecuentemente me quedaba trabajando hasta bien entrada la tarde. No muchas veces salía siendo noche cerrada, pero tampoco era demasiado extraño.

Una noche me quedé hablando con una compañera de la gerencia sobre varios asuntos importantes que teníamos que resolver. Su oficina quedaba frente al dpto. de contabilidad. Separadas por un pasillo, pero comunicadas por sendos enormes ventanales. Para decirlo más claro; desde su oficina se podía ver el dpto. de contabilidad, y desde éste, su oficina. Ya era de noche y nadie quedaba en la planta. Solo nosotros dos. Todas las luces estaban apagadas excepto las de nuestras respectivas oficinas. Su escritorio quedaba dando el frente al ventanal, por lo tanto yo, que estaba sentado frente a ella, le daba la espalda. La notaba nerviosa y tensa. Le pregunté si le pasaba algo. A lo que contestó que no. Aún así se palpaba su zozobra. En medio de la discusión de un importante asunto, arrullados por una multitudinaria coral de grillos que cantaban incansables un poco más allá de las ventanas, mientras mi espíritu se regocijaba con la relajada quietud de la noche, de pronto sus ojos se abrieron como platos… En ese mismo instante, escuché a mis espaldas un fuerte ruido en contabilidad. Era exactamente el ruido que haría una persona muy corpulenta al tropezar su muslo contra un escritorio. Era el golpe, y chirriar de un mueble metálico que se arrastra por el piso, luego de ser tropezado por alguien. Alguien por cierto muy fuerte, considerando la intensidad del sonido que llegó nítidamente a mis oídos y el peso de aquellos escritorios. Y sus ojos de vaca abiertos como platos. Al ver la expresión de su rostro no pude evitar sonreír.

-¿Tú también escuchaste el golpe?

Temblando me miró sin verme y repreguntó ¿Cuál ruido? Me levanté de la silla y miré inmediatamente por los ventanales internos hacia contabilidad. Solo sombras y medias luces alcancé a ver. Amenazas de misterios. Imaginación febril. Allí, hace solo unos meses murió una persona. Alguien que estuvo en esta misma oficina innumerables veces. Casi podía oír su voz alta y fuerte. Sus chascarrillos. Se podía sentir la presencia de un grupo de jóvenes alegres y despreocupados que un día dejaron de serlo, hermanados por la muerte. Súbita. Inesperada. Cruel. Los grillos ya no cantaban. Guardaban protocolariamente un respetuoso silencio. ¿O era que mis sentidos agudizados, sensibles y alertas no alcanzaban a escucharlos?
Sacudí las imágenes con un escalofrío.

-Fue un sonido como si alguien hubiera tropezado con un escritorio…

-No Dr. Yo no oí nada, (sus ojos se le iban a salir de las órbitas). – Yo lo que vi fue una sombra enorme y oscura que caminó desde la planta hacia contabilidad. Caminaba despacito y al pasar por la ventana, volteó hacia acá. Y se perdió detrás de la pared. Todo esto me dijo mientras giraba su vista por el escritorio buscando su cartera, que agarró con fuerza tan pronto la ubicó.

Se notaba que intentaba mantener la pose. 

-Vámonos Dr. Por favor…

-Okey, tranquila. Vámonos. Procura tranquilizarte. Nada te va a hacer daño…. ¿Tú crees que haya sido…?

Se encogió de hombros tratando de comunicar que no sabía, pero sus ojos contaban su propia verdad.

-Bueno, si es él, no tienes de que preocuparte. Pero si te sientes muy mal, vámonos. 

Me imagino que se estaba reventando, porque quiso ir al baño antes de salir. Momento que yo aproveché para recoger unos documentos y mi maletín. Mientras lo hacía me preguntaba porqué ella no había escuchado el choque contra el escritorio. ¿Había sido tan grande la impresión que le causó la sombra, que había bloqueado su audición? No lo se. Aún me lo pregunto. ¿Porqué la sombra no se me mostró a mi? 
La esperé en el pasillo y al salir bajamos las escaleras hacia la salida. Al llegar a la planta baja yo me giré para verificar que ella estaba bien, y porqué no decirlo, para verificar si la sombra nos seguía. No vi nada extraño. Vi su mano dirigirse al interruptor de la luz guiada por el índice acusador. Pero, ¡Dios bendito! Antes de que su dedo llegara al interruptor, la luz de la escalera, y no las demás, se apagó y se encendió con un intervalo de una fracción de segundo. Ahí si no pudo más y dejó salir un grito. Les juro que yo estaba muy impresionado pero no aterrorizado, pero ¡Coño! Allí lo que estaba pasando era muy heavy. Salimos atropelladamente y una vez fuera le quité las llaves para cerrar las puertas. El ambiente era tenso. Llegamos hasta los carros, guardamos nuestras cosas, los encendimos. Yo dejé calentando un poco la camioneta y me acerqué a su carro para ver como se encontraba. Su casa quedaba bastante lejos y me preocupaba que sus nervios le causaran un accidente. Nos quedamos unos minutos más hablando de lo ocurrido y la calma se fue recuperando poco a poco. No habían pasado ni diez minutos cuando sus ojos se nublaron y los vi humedecerse. Miraba algo que se encontraba a mi espalda. Aquello ya era demasiado. Traté de hablar con la mayor serenidad posible. Sin mirar atrás le pregunté - ¿Qué pasa?
-¿Dr. Cuando nosotros bajamos, estaban prendidas las luces del depósito?
-No, para nada. El depósito quedaba directamente a mis espaldas. Me giré, ahora si con gran sobresalto. Efectivamente, la luz estaba encendida, y no solo eso. Un ventilador de piso giraba prendido, aburrido, burlón, de derecha a izquierda y luego de nuevo a la derecha. Parecía estar retándonos y riéndose de nosotros a la vez.
-¿Quieres que entremos a apagar las luces y ese ventilador? Le dije muy a mi pesar, solo por responsabilidad.
Ni de vaina, ¡Vamonós!
Cerró la puerta de su carro y salió disparada de la planta. Empezaron a temblarme las piernas, pero al mismo tiempo me moría de la risa. ¿Los nervios?
Salí mirando con cuidado hacia todas las ventanas de las oficinas. Nada. Allí no se veía nada. Llegué al portón con el carro y bajé el vidrio. Me despedí del vigilante que me miraba como mosqueado…
¿Qué pasó Dr.?
Nada viejito. Yo te cuento mañana…

Mañana… Al día siguiente, tan pronto llegué llamé al encargado del depósito. 
-Coño loco, anoche dejaste las luces y el ventilador prendidos cuando te fuiste…

-No, Dr. Que va… Yo siempre reviso mi vaina antes de irme. Yo dejé todo apagado como todos los días. Es más esta mañana cuando llegué, estaba todo apagado como siempre. ¿Pero qué pasó que ******* también me preguntó?
-Luego te cuento, loco, luego te cuento…

Marqué otra extensión enseguida. Tuuu, Tuuu, atienden. -Buenos días abuelo. Saludé a la voz al otro lado de la línea.
-Buenos días.
-¿Ud. llega todos los días tempranito primero que todo el mundo verdad?
- Si Señor. A las seis y media en punto.
- ¿Y esta mañana cuando llegaste no viste prendidas las luces del almacén?
- No. Estaban apagadas como todos los días. ¿Por qué?
- … No, nada abuelo, vainas mías.

Colgué el aparato y viendo hacia contabilidad, (que también se ve desde mi oficina), solo pude exclamar:
- ¡Coñooo… ¡


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