miércoles, 31 de julio de 2013

El Compadre

Hace tres años comenzaba a trabajar en una fábrica. Conversando con mis nuevos compañeros, oyendo las historias de todos, y conociendo a unos a través de los cuentos de los demás, supe que hacía tres meses, había muerto un auxiliar de contabilidad allí mismo en la oficina. El "compadre", como todos lo llamaban, era un hombre joven, alto y gordo. Gran bromista y buen bebedor de cerveza. Amigo de sus amigos. De lengua y verbo punzante y corrosivo para con quien no actuara con justicia. Como tantas veces en cualquier empresa, un día se presentaron problemas con el cuadre de una cuenta contable al cierre del mes. El "compadre" discutía con su jefe. Todos los compañeros seguían atentamente la escena. Tanto los departamentos de contabilidad, como recursos humanos y cuentas por cobrar, se encontraban en un salón sin divisiones. Cada departamento lo constituía el grupo de escritorios de sus miembros. Nadie podía sustraerse al agrio intercambio de palabras. La discusión subía de tono y de decibeles. El “Jefe”, en un momento dado, abusando de su supremacía, al parecer, sugirió que el error podía deberse a algún tipo de… manejo inadecuado de los fondos de la empresa… Un robo, pues. El “compadre” se incorporó airado y ofendido. Seguramente pensó en estrellarle un puñetazo en la cara al infeliz que esgrimía ese infundio. La cólera encendió su rostro ahora callado. Sus ojos se clavaron como remaches en los ojos del jefe. Se sentó de nuevo. Apoyó los brazos en su escritorio y bajó la cabeza. Ante el súbito silencio, todos los espectadores voltearon a mirarle. Era muy raro que el “compadre” se quedara callado, una vez que se le soltaba la sin hueso.

II

La lividez fue ganando terreno en su rostro. El “jefe” envalentonado por la aparente rendición del Goliat, arreció en sus reclamos. Ahora con aún mas saña. Uno de sus más queridos compañeros, el “Pollino” lo llamó súbitamente alarmado. ¡Compadre! 

El gigante alzó el rostro. El rojo encolerizado de las mejillas había cedido su espacio al blanco transparente de la estupefacción. Mirando fijamente al “Pollino”, sin decir palabra se desplomó de su silla cayendo definitivamente al suelo. 

Ha partir de allí todo fue confusión. Incredulidad. Llantos. Estupefacción. Las lágrimas se mezclaban con gritos histéricos y ordenes de los que sabían más y de los que sabían menos, que hacer en estos casos. Que distinto era leerlo en los manuales de primeros auxilios de seguridad industrial. Pero aquel era el “compadre”. Y se iba. Con gran dificultad lograron sacarlo de la oficina, del piso y de la fábrica. Era tan grande el “compadre”…

III



Nadie perdonó nunca a J.J. (¿Jodido Jefe?). No lo decían, pero la responsabilidad por la pérdida del “compadre” pesaba como una cruz. Como una loza. Lo echaban de menos y lo recordaban a la menor ocasión. Incluso alguno de, aquellos, sus amigos, aseguraba que de vez en cuando se sentía su presencia aún en ese piso que tanto había pateado en vida. Mis primeros meses en la empresa se vieron acompañados de continuas referencias, cuentos, anécdotas, muchos chistes y viejas bromas del “compadre”.
Confieso que día a día, iba ganándome un sentimiento de simpatía y hasta de abierta camaradería con aquel gordo enorme, juguetón y bromista del que tanto me hablaban. 


Un día cualquiera tuve que ir a contabilidad a resolver un problema. Me paré frente al escritorio del “pollino” y hablando de nuestras cosas de trabajo… ¡Coño! Un corrientaza de frío me traspasó todo el cuerpo. Toda la piel se me erizó. Hasta los cabellos de la nuca. Me sentí como un puerco espín. Mis ojos se humedecieron y ¿supe? en un instante, qué era aquello.
-Pollino. ¿Dónde trabajaba el compadre?
-Aquí mismo, Dr. En este escritorio que uso yo ahora.
-¡Coño’e su Madre! 
-¿Qué pasó Dr? La pregunta la hacía el “Marino” otro de los participantes de la cofradía cañera del “compadre”.
-Acabo de sentir una corriente de aire helado que me atravesó todo el cuerpo…
-Ay coño, ese es el compadre.
Otro ramalazo gélido me traspasó con más intensidad aún que el anterior. Con los ojos llenos de lágrimas sonreí. El acontecimiento me había sorprendido profundamente. Pero en la intimidad de mi corazón, sentí que lo que había sentido, era como una señal de bienvenida o una aceptación manifestada por el ahora “nuestro compadre”. Y sin saber muy bien porqué, se lo agradecí infinitamente.

A partir de ese momento y durante los tres años que trabajé en esa empresa, me ocurrió algo curioso, y según si se quiere ver así, gracioso. Mi oficina tenía un baño privado que solo usaba yo regularmente. Todos los mediodías me quedaba a almorzar en el trabajo. Me llevaba algo de casa y me quedaba viendo las noticias en Noticiero Digital, Venezuela es noticia y noticias 24. Todos los demás compañeros almorzaban en el comedor que quedaba bastante retirado. Era costumbre, que al irse a comer, apagaran todas las luces de las oficinas. Eso para mi era muy conveniente pues disfrutaba de mi hora de almuerzo tranquilo. Pues es el caso, que justo durante esa hora, con muchísima frecuencia la puerta del baño se abría sola. Generalmente yo entraba a lavarme las manos antes de comer. Así como iba a lavarme la boca y cepillarme los dientes después. Estoy completamente seguro que cada vez cerraba muy bien la puerta. Y casi dos veces de cada cinco, la puerta se abría sola. Yo les contaba a los muchachos y ellos solo me decían:
-Ah no, tranquilo Dr. Ese es el “compadre”.

IV

Frecuentemente me quedaba trabajando hasta bien entrada la tarde. No muchas veces salía siendo noche cerrada, pero tampoco era demasiado extraño.

Una noche me quedé hablando con una compañera de la gerencia sobre varios asuntos importantes que teníamos que resolver. Su oficina quedaba frente al dpto. de contabilidad. Separadas por un pasillo, pero comunicadas por sendos enormes ventanales. Para decirlo más claro; desde su oficina se podía ver el dpto. de contabilidad, y desde éste, su oficina. Ya era de noche y nadie quedaba en la planta. Solo nosotros dos. Todas las luces estaban apagadas excepto las de nuestras respectivas oficinas. Su escritorio quedaba dando el frente al ventanal, por lo tanto yo, que estaba sentado frente a ella, le daba la espalda. La notaba nerviosa y tensa. Le pregunté si le pasaba algo. A lo que contestó que no. Aún así se palpaba su zozobra. En medio de la discusión de un importante asunto, arrullados por una multitudinaria coral de grillos que cantaban incansables un poco más allá de las ventanas, mientras mi espíritu se regocijaba con la relajada quietud de la noche, de pronto sus ojos se abrieron como platos… En ese mismo instante, escuché a mis espaldas un fuerte ruido en contabilidad. Era exactamente el ruido que haría una persona muy corpulenta al tropezar su muslo contra un escritorio. Era el golpe, y chirriar de un mueble metálico que se arrastra por el piso, luego de ser tropezado por alguien. Alguien por cierto muy fuerte, considerando la intensidad del sonido que llegó nítidamente a mis oídos y el peso de aquellos escritorios. Y sus ojos de vaca abiertos como platos. Al ver la expresión de su rostro no pude evitar sonreír.

-¿Tú también escuchaste el golpe?

Temblando me miró sin verme y repreguntó ¿Cuál ruido? Me levanté de la silla y miré inmediatamente por los ventanales internos hacia contabilidad. Solo sombras y medias luces alcancé a ver. Amenazas de misterios. Imaginación febril. Allí, hace solo unos meses murió una persona. Alguien que estuvo en esta misma oficina innumerables veces. Casi podía oír su voz alta y fuerte. Sus chascarrillos. Se podía sentir la presencia de un grupo de jóvenes alegres y despreocupados que un día dejaron de serlo, hermanados por la muerte. Súbita. Inesperada. Cruel. Los grillos ya no cantaban. Guardaban protocolariamente un respetuoso silencio. ¿O era que mis sentidos agudizados, sensibles y alertas no alcanzaban a escucharlos?
Sacudí las imágenes con un escalofrío.

-Fue un sonido como si alguien hubiera tropezado con un escritorio…

-No Dr. Yo no oí nada, (sus ojos se le iban a salir de las órbitas). – Yo lo que vi fue una sombra enorme y oscura que caminó desde la planta hacia contabilidad. Caminaba despacito y al pasar por la ventana, volteó hacia acá. Y se perdió detrás de la pared. Todo esto me dijo mientras giraba su vista por el escritorio buscando su cartera, que agarró con fuerza tan pronto la ubicó.

Se notaba que intentaba mantener la pose. 

-Vámonos Dr. Por favor…

-Okey, tranquila. Vámonos. Procura tranquilizarte. Nada te va a hacer daño…. ¿Tú crees que haya sido…?

Se encogió de hombros tratando de comunicar que no sabía, pero sus ojos contaban su propia verdad.

-Bueno, si es él, no tienes de que preocuparte. Pero si te sientes muy mal, vámonos. 

Me imagino que se estaba reventando, porque quiso ir al baño antes de salir. Momento que yo aproveché para recoger unos documentos y mi maletín. Mientras lo hacía me preguntaba porqué ella no había escuchado el choque contra el escritorio. ¿Había sido tan grande la impresión que le causó la sombra, que había bloqueado su audición? No lo se. Aún me lo pregunto. ¿Porqué la sombra no se me mostró a mi? 
La esperé en el pasillo y al salir bajamos las escaleras hacia la salida. Al llegar a la planta baja yo me giré para verificar que ella estaba bien, y porqué no decirlo, para verificar si la sombra nos seguía. No vi nada extraño. Vi su mano dirigirse al interruptor de la luz guiada por el índice acusador. Pero, ¡Dios bendito! Antes de que su dedo llegara al interruptor, la luz de la escalera, y no las demás, se apagó y se encendió con un intervalo de una fracción de segundo. Ahí si no pudo más y dejó salir un grito. Les juro que yo estaba muy impresionado pero no aterrorizado, pero ¡Coño! Allí lo que estaba pasando era muy heavy. Salimos atropelladamente y una vez fuera le quité las llaves para cerrar las puertas. El ambiente era tenso. Llegamos hasta los carros, guardamos nuestras cosas, los encendimos. Yo dejé calentando un poco la camioneta y me acerqué a su carro para ver como se encontraba. Su casa quedaba bastante lejos y me preocupaba que sus nervios le causaran un accidente. Nos quedamos unos minutos más hablando de lo ocurrido y la calma se fue recuperando poco a poco. No habían pasado ni diez minutos cuando sus ojos se nublaron y los vi humedecerse. Miraba algo que se encontraba a mi espalda. Aquello ya era demasiado. Traté de hablar con la mayor serenidad posible. Sin mirar atrás le pregunté - ¿Qué pasa?
-¿Dr. Cuando nosotros bajamos, estaban prendidas las luces del depósito?
-No, para nada. El depósito quedaba directamente a mis espaldas. Me giré, ahora si con gran sobresalto. Efectivamente, la luz estaba encendida, y no solo eso. Un ventilador de piso giraba prendido, aburrido, burlón, de derecha a izquierda y luego de nuevo a la derecha. Parecía estar retándonos y riéndose de nosotros a la vez.
-¿Quieres que entremos a apagar las luces y ese ventilador? Le dije muy a mi pesar, solo por responsabilidad.
Ni de vaina, ¡Vamonós!
Cerró la puerta de su carro y salió disparada de la planta. Empezaron a temblarme las piernas, pero al mismo tiempo me moría de la risa. ¿Los nervios?
Salí mirando con cuidado hacia todas las ventanas de las oficinas. Nada. Allí no se veía nada. Llegué al portón con el carro y bajé el vidrio. Me despedí del vigilante que me miraba como mosqueado…
¿Qué pasó Dr.?
Nada viejito. Yo te cuento mañana…

Mañana… Al día siguiente, tan pronto llegué llamé al encargado del depósito. 
-Coño loco, anoche dejaste las luces y el ventilador prendidos cuando te fuiste…

-No, Dr. Que va… Yo siempre reviso mi vaina antes de irme. Yo dejé todo apagado como todos los días. Es más esta mañana cuando llegué, estaba todo apagado como siempre. ¿Pero qué pasó que ******* también me preguntó?
-Luego te cuento, loco, luego te cuento…

Marqué otra extensión enseguida. Tuuu, Tuuu, atienden. -Buenos días abuelo. Saludé a la voz al otro lado de la línea.
-Buenos días.
-¿Ud. llega todos los días tempranito primero que todo el mundo verdad?
- Si Señor. A las seis y media en punto.
- ¿Y esta mañana cuando llegaste no viste prendidas las luces del almacén?
- No. Estaban apagadas como todos los días. ¿Por qué?
- … No, nada abuelo, vainas mías.

Colgué el aparato y viendo hacia contabilidad, (que también se ve desde mi oficina), solo pude exclamar:
- ¡Coñooo… ¡


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