viernes, 2 de agosto de 2013

El demonio saltarin

Aparecía en la noche, dando saltos; los testigos decían que sus ojos brillaban como bolas de fuego, sus manos eran garras heladas y su boca escupía llamaradas. 

Durante más de 60 años, esta espantosa criatura, a la que se atribuía la capacidad de saltar por encima de altos muros o alcanzar de un salto los tejados con una facilidad sobrehumana, tuvo a Inglaterra sometida al terror. 

En los primeros años de la década de 1830, las historias acerca de una espantosa demoníaca figura que daba enormes señales se difundieron por todo el país. La opinión británica las consideraba insensatas, productos de la histeria colectiva. Pero los informes sobre el monstruo continuaron llegando a Londres; provenían principalmente de personas que atravesaban Bames Comman, al sudeste de la capital británica. 

En enero de 1838, la existencia del extraño ser saltarín fue oficialmente reconocida. En la sede del ayuntamiento, el lord mayor de Londres, sir John Cawan, leyó en público la carta que al respecto le habían enviado unos atentos 

Y asustados ciudadanos de Peckham; en ella se describían algunas de las proezas; algunos de los fenomenales saltos del demoníaco ser. La revelación del lord mayor produjo un considerable revuelo en Londres. 

Entonces comenzaron a fluir a raudales las denuncias, formuladas por personas que hasta ese momento habían temido caer en el ridículo si informaban sobre sus encuentros con esa criatura, a la que comenzó a llamarse Jack el Saltarín. 

Polly Adams, la bella hija de un granjero de Kent trabajaba en una taberna del sur de Londres; fue atacada por el monstruo a fines de 1837, mientras caminaba por Blackheath. Su atacante huyó, salvando grandes distancias mediante saltos prodigiosos. 

Una joven criada, Mary Stevens, sufrió un ataque del Saltarín en Bames Cammon. Una mujer que, después de visitar a unos amigos, volvía a su casa atravesando el cementerio de Clapham, también tuvo que enfrentarse con la misteriosa criatura. 

Lucy Scales y su hermana, hijas de un carnicero londinense, paseaban a orillas del Támesis; regresaban a su hogar después de haber visitado a un hermano de ambas cuando, al atravesar Green Dragon Alley, en Leinehouse, sufrieron una extraña agresión. Una figura cubierta por un capote surgió de la oscuridad y escupió llamas sobre Lucy, lo que le provocó una ceguera momentánea. Luego desapareció dando enormes saltos. 

La siguiente victima fue Jane Alsoph, que junto con su padre y dos hermanas ocupaba una casa alquilada en Bearhind Lane, Bow. Una noche de febrero, Jane oyó que alguien llamaba frenéticamente a la puerta; la muchacha se apresuró a abrir: se encontró con una figura envuelta en una capa larga y negra que permanecía en la penumbra y que le dijo bruscamente: “Soy policía; por Dios, tráigame una lámpara, que hemos cogido a Jack el Saltarín en esta calle”. 

El corazón de Jane dio un salto; la noticia la llenó de aturdimiento y excitación. Pensó: “Entonces, después de todo, las extrañas historias del hombre duende eran reales”. Entró corriendo a su casa, cogió una vela y se la dio a su interlocutor. Pero en lugar de hacer lo que se esperaba, el falso policía se despojó del capote y mostró su terrorífica figura: iba vestido con un casco ajustado, del que sobresalían dos cuernos, y un traje blanco ceñido. 

El agresor cogió a Jane por el cuello y colocó la cabeza de la muchacha baja una de sus axilas, mientras le desgarraba el vestido y palpaba su carne desnuda. La muchacha consiguió desasirse y dio gritos aterrorizados. El hombre la persiguió y le dio nuevamente caza, la aferró por los largos cabellos. Pero la hermana de Jane había oído los gritos y dio la alarma; antes de que los alarmados salvadores pudieran capturar al agresor, la extraña criatura abandonó a su presa y, con un salto increíble, se perdió en la oscuridad.

Más tarde, Jane dio a las autoridades una descripción de su atacante: “Su rostro era horrible; sus ojos parecían bolas de fuego, sus manos eran grandes garras heladas y vomitaba llamas azules y blancas”. 

La colorida descripción fue repetida una y otra vez por otras mujeres a quienes el monstruo había agredido y de las que siempre se sospechó que estaban histéricas. Se trataba de una descripción que en poco podía ayudar a la policía en su persecución del fantástico agresor. 

Se organizaron pelotones de vigilantes voluntarios, se ofrecieron recompensas; la policía se esforzó en vano por descubrir el paradero del monstruo. Incluso el duque de Wellington, a pesar de sus casi 60 años, cogió las armas y montó a caballo para participar en la persecución. 

Durante los siguientes años, Jack el Saltarín extendió su radio de acción a todo el país. Las denuncias sobre sus ataques provenían tanto de los barrios bajos de Londres como de aldeas remotas. 

En febrero de 1855, el misterio se extendió hasta el West Country. Los habitantes de cinco localidades de South Devon se despertaron un día y advirtieron que durante la noche había caído una intensa nevada. Al mismo tiempo descubrieron que sobre la nieve virgen se destacaban unas misteriosas huellas, que trepaban por las paredes hasta los tejados y atravesaban pasos que durante la noche habían estado cerrados. Presas del terror, los habitantes de South Devon llamaron a esos rastros “Las huellas del demonio”. Hubo quien las atribuyó al fantasma de algún animal; otros a Jack el Saltarín. 

Jack el Saltarín anduvo dando saltos por todo el país en 1870. El ejército se tomó el caso en serio y organizó un plan para atraparlo. Las autoridades militares no tuvieron más remedio que adoptar esa actitud, porque muchos centinelas -algunos de ellos curtidos veteranos de la guerra de Crimea- habían sido aterrorizados por el monstruo. Una figura fantástica atacaba a los soldados de guardia; el extraño ser surgía de pronto de entre las sombras y saltaba hasta el techo de las casetas, o abofeteaba a los centinelas con sus garras heladas. 

En Lincoln, fuera de sí por una mezcla de terror y de furia, los lugareños se armaron y persiguieron al monstruo. Como siempre, éste desapareció en la noche, después de soltar una carcajada histérica. 

La última vez que alguien vio la diabólica cara de Jack fue en 1904, en Liverpool. El extraño ser aterrorizó a los pobladores del área de Everton dando saltos enormes por las calles, brincando desde el pavimento hasta los tejados y bajando de un salto otra vez. Cuando algunos temerarios perseguidores trataron de cercarlo, el monstruo se desvaneció en la noche. 

En la Gran Bretaña victoriana abundaban los ricos excéntricos; tal vez –se piensa- alguno de ellos haya encontrado divertido gastar su tiempo y su dinero en sembrar el terror a lo largo del país. Algunos sospecharon del Mad Marquis -el Marqués Loco- de Watedord. Sin embargo, por lo que se sabe, el marqués era violento e irresponsable, pero nunca fue un depravado. 

El misterio de Jack el Saltarín permanece todavía sin explicación. Después de su actuación en Liverpool, desapareció, aparentemente para siempre.


Fuente

Demonio saltarin

Aparecía en la noche, dando saltos; los testigos decían que sus ojos brillaban como bolas de fuego, sus manos eran garras heladas y su boca escupía llamaradas. 

Durante más de 60 años, esta espantosa criatura, a la que se atribuía la capacidad de saltar por encima de altos muros o alcanzar de un salto los tejados con una facilidad sobrehumana, tuvo a Inglaterra sometida al terror. 

En los primeros años de la década de 1830, las historias acerca de una espantosa demoníaca figura que daba enormes señales se difundieron por todo el país. La opinión británica las consideraba insensatas, productos de la histeria colectiva. Pero los informes sobre el monstruo continuaron llegando a Londres; provenían principalmente de personas que atravesaban Bames Comman, al sudeste de la capital británica. 

En enero de 1838, la existencia del extraño ser saltarín fue oficialmente reconocida. En la sede del ayuntamiento, el lord mayor de Londres, sir John Cawan, leyó en público la carta que al respecto le habían enviado unos atentos 

Y asustados ciudadanos de Peckham; en ella se describían algunas de las proezas; algunos de los fenomenales saltos del demoníaco ser. La revelación del lord mayor produjo un considerable revuelo en Londres. 

Entonces comenzaron a fluir a raudales las denuncias, formuladas por personas que hasta ese momento habían temido caer en el ridículo si informaban sobre sus encuentros con esa criatura, a la que comenzó a llamarse Jack el Saltarín. 

Polly Adams, la bella hija de un granjero de Kent trabajaba en una taberna del sur de Londres; fue atacada por el monstruo a fines de 1837, mientras caminaba por Blackheath. Su atacante huyó, salvando grandes distancias mediante saltos prodigiosos. 

Una joven criada, Mary Stevens, sufrió un ataque del Saltarín en Bames Cammon. Una mujer que, después de visitar a unos amigos, volvía a su casa atravesando el cementerio de Clapham, también tuvo que enfrentarse con la misteriosa criatura. 

Lucy Scales y su hermana, hijas de un carnicero londinense, paseaban a orillas del Támesis; regresaban a su hogar después de haber visitado a un hermano de ambas cuando, al atravesar Green Dragon Alley, en Leinehouse, sufrieron una extraña agresión. Una figura cubierta por un capote surgió de la oscuridad y escupió llamas sobre Lucy, lo que le provocó una ceguera momentánea. Luego desapareció dando enormes saltos. 

La siguiente victima fue Jane Alsoph, que junto con su padre y dos hermanas ocupaba una casa alquilada en Bearhind Lane, Bow. Una noche de febrero, Jane oyó que alguien llamaba frenéticamente a la puerta; la muchacha se apresuró a abrir: se encontró con una figura envuelta en una capa larga y negra que permanecía en la penumbra y que le dijo bruscamente: “Soy policía; por Dios, tráigame una lámpara, que hemos cogido a Jack el Saltarín en esta calle”. 

El corazón de Jane dio un salto; la noticia la llenó de aturdimiento y excitación. Pensó: “Entonces, después de todo, las extrañas historias del hombre duende eran reales”. Entró corriendo a su casa, cogió una vela y se la dio a su interlocutor. Pero en lugar de hacer lo que se esperaba, el falso policía se despojó del capote y mostró su terrorífica figura: iba vestido con un casco ajustado, del que sobresalían dos cuernos, y un traje blanco ceñido. 

El agresor cogió a Jane por el cuello y colocó la cabeza de la muchacha baja una de sus axilas, mientras le desgarraba el vestido y palpaba su carne desnuda. La muchacha consiguió desasirse y dio gritos aterrorizados. El hombre la persiguió y le dio nuevamente caza, la aferró por los largos cabellos. Pero la hermana de Jane había oído los gritos y dio la alarma; antes de que los alarmados salvadores pudieran capturar al agresor, la extraña criatura abandonó a su presa y, con un salto increíble, se perdió en la oscuridad.

Más tarde, Jane dio a las autoridades una descripción de su atacante: “Su rostro era horrible; sus ojos parecían bolas de fuego, sus manos eran grandes garras heladas y vomitaba llamas azules y blancas”. 

La colorida descripción fue repetida una y otra vez por otras mujeres a quienes el monstruo había agredido y de las que siempre se sospechó que estaban histéricas. Se trataba de una descripción que en poco podía ayudar a la policía en su persecución del fantástico agresor. 

Se organizaron pelotones de vigilantes voluntarios, se ofrecieron recompensas; la policía se esforzó en vano por descubrir el paradero del monstruo. Incluso el duque de Wellington, a pesar de sus casi 60 años, cogió las armas y montó a caballo para participar en la persecución. 

Durante los siguientes años, Jack el Saltarín extendió su radio de acción a todo el país. Las denuncias sobre sus ataques provenían tanto de los barrios bajos de Londres como de aldeas remotas. 

En febrero de 1855, el misterio se extendió hasta el West Country. Los habitantes de cinco localidades de South Devon se despertaron un día y advirtieron que durante la noche había caído una intensa nevada. Al mismo tiempo descubrieron que sobre la nieve virgen se destacaban unas misteriosas huellas, que trepaban por las paredes hasta los tejados y atravesaban pasos que durante la noche habían estado cerrados. Presas del terror, los habitantes de South Devon llamaron a esos rastros “Las huellas del demonio”. Hubo quien las atribuyó al fantasma de algún animal; otros a Jack el Saltarín. 

Jack el Saltarín anduvo dando saltos por todo el país en 1870. El ejército se tomó el caso en serio y organizó un plan para atraparlo. Las autoridades militares no tuvieron más remedio que adoptar esa actitud, porque muchos centinelas -algunos de ellos curtidos veteranos de la guerra de Crimea- habían sido aterrorizados por el monstruo. Una figura fantástica atacaba a los soldados de guardia; el extraño ser surgía de pronto de entre las sombras y saltaba hasta el techo de las casetas, o abofeteaba a los centinelas con sus garras heladas. 

En Lincoln, fuera de sí por una mezcla de terror y de furia, los lugareños se armaron y persiguieron al monstruo. Como siempre, éste desapareció en la noche, después de soltar una carcajada histérica. 

La última vez que alguien vio la diabólica cara de Jack fue en 1904, en Liverpool. El extraño ser aterrorizó a los pobladores del área de Everton dando saltos enormes por las calles, brincando desde el pavimento hasta los tejados y bajando de un salto otra vez. Cuando algunos temerarios perseguidores trataron de cercarlo, el monstruo se desvaneció en la noche. 

En la Gran Bretaña victoriana abundaban los ricos excéntricos; tal vez –se piensa- alguno de ellos haya encontrado divertido gastar su tiempo y su dinero en sembrar el terror a lo largo del país. Algunos sospecharon del Mad Marquis -el Marqués Loco- de Watedord. Sin embargo, por lo que se sabe, el marqués era violento e irresponsable, pero nunca fue un depravado. 

El misterio de Jack el Saltarín permanece todavía sin explicación. Después de su actuación en Liverpool, desapareció, aparentemente para siempre.


Fuente

jueves, 1 de agosto de 2013

Mas que miedo

Me llamo Oscar, y voy a contar una cosa que nos paso a mí, y a un par de amigos míos. 
Esta historia no es como las demás, que solo buscan dejarte con el miedo en el cuerpo. 
Tenemos grabaciones en el móvil, alguna que otra foto, etc... 

Esto ocurrió un fin de semana que se presentaba perfecto; discotecas, alcohol, chicas... 
Era viernes por la noche y mis padres no se encontraban en casa, ni lo estarían en todo el fin de semana. 
Estaba viendo la televisión, y poco a poco estaba acabando con mi paciencia. Decidí cojer el teléfono y llamar a un amigo, o quizás un par. –Cuantos mas, mejor nos lo pasaremos- 
Con la libertad de estar solo en casa, coji el teléfono y llame a un par de amigos, para invitarlos a pasar un fin de semana en mi casa. 
Hice cinco o seis llamadas. –Tengo que decir que en dos de ellas marque un número erróneo- 
Dos de mis mejores amigos aceptaron mi invitación y vinieron a mi casa. -Es una casa apartada de la ciudad-.
Picaron a la puerta. Decidí apagar la televisión, ya que me estaba aburriendo. Abrí la puerta y los recibí. 
Pasamos todos tres juntos al comedor, y me di cuenta de que la televisión seguía encendida. Yo estaba seguro que la apague antes de recibir a mis colegas. –Aun así no le di mayor importancia- 
Como jóvenes que somos, nos pusimos a ver la tele y beber como hacemos normalmente, aprovechando la ausencia de nuestros padres en casa. Nos lo estábamos pasando de lo mejor. 
Risas, críticas a los programas que echaban por la tele etc...Pero de repente, escuchemos un fuerte golpe, venia de arriba. 
Toni dijo que no era nada, que el viento probablemente habría abierto una ventana mal encajada. 
Se hacia cada vez mas tarde, y nosotros continuábamos a lo nuestro, bebiendo, riéndonos y esas cosas. 
Empezaron a retransmitir un programa de efectos paranormales, la hora es indicada para que los niños no la puedan ver. Empezaron haciendo un reportaje en un cementerio. Apaguemos la tele, ya que esos temas, no nos interesaban. 
Porque lo quitáis, tenéis miedo o que? –Vaciló Ivan-. 
Ivan era el típico estudiante, bien plantado, que se hacia el valiente cuando estaba entre amigos. Pero que todos sabían que cuando esta solo, es un rilado. 
Volvimos a encender la tele, para demostrar al estupido de Ivan, que ese programa no nos afectaba ni la mas mínima. Namas volver a poner el canal, pudimos ver la imagen, una sombra en un cementerio. Suponíamos que era de un reportaje. 
Porque no vamos nosotros a dar una vuelta al cementerio? –dijo Ivan, disimulando su miedo en un gesto muy atrevido- 
Toni y yo al compás afirmamos esa pregunta. Cojimos ropa de abrigo, pues en una noche como esta, debíamos ir abrigados. También nos llevamos encima todo tipo de utensilios, móviles, linternas y como no una pequeña cámara digital. 
Salimos de casa preparados para vivir una experiencia –brutal-. Me asseguré de cerrar la puerta con la llave. 
Nos encaminamos al cementerio de nuestro municipio, no quedava muy lejos de mi casa. 
Ivamos comentando nuestras cosas, Ivan iva entre Toni y yo –supongo que seria, para demostrarnos que es un valiente-. 
Lleguemos a la puerta del cementerio. Havia una ligera brisa. 
Intentemos abrir la puerta, y nos llevamos un susto. La puerta estaba oxidada, seguramente del tempo en que a estado inutilizada. 
Con un terrible esfuerzo, conseguimos desplazar la puerta lo suficiente como para colarnos en el cementerio. Una vez dentro, encendimos nuestras linternas, y procuramos no hacer mucho ruido. 
E tíos, no es bueno perturbar las almas de los difuntos –dijo Ivan en una voz apagada- 
Toni y yo nos echemos a reír, y tratamos de calmarlo. Le convencimos de que no ariamos nada malo, y que no pasaría nada. 
Caminábamos poco a poco, alumbrando con las linternas cada centímetro que íbamos avanzando. De repente, el viento empezó a soplar con fuerza, y como es de esperar, los ramos de flores depositados en los panteones de los difuntos, hacían un ruido de lo más espantoso. 
La cosa se estaba poniendo fea, teníamos mucho miedo, para que negarlo? 
Seguíamos avanzando, alumbrando todo lo que dejábamos atrás, mayormente tumbas. 
De repente algo me agarro fuertemente, y no tarde en darme la vuelta –Afortunadamente era Toni- 
Me susurro que vio algo brillante en medio de la oscuridad, y que sentía miedo dentro del cementerio. –Me lo dijo al oído, por tal de que Ivan no se asustase más- 
Lo dejamos correr, pensamos que fue una imaginación producida por el pánico. 
Pero poco después, sucedió lo mismo. Entonces no perdimos ni un momento y fuimos a donde afirmo ver algo brillante. 
Lleguemos a un campo, de escasos metros, donde en medio havia una pequeña habitación con una tumba dentro. Teníamos mucho miedo, parecía una toma de película, pero desafortunadamente era real. 
Volvimos a sentir un ruido dentro de esa misteriosa sala, Ivan no aguantaba más, si seguía de brazos cruzados contemplando el recinto, le podría dar un ataque al corazón. Cuando nos dimos cuenta Ivan ya havia entrado en el recinto. 
Toni y yo no teníamos el valor que Ivan venció en una décima de segundo. Estábamos nerviosos, no nos dimos cuenta de que nuestro amigo entro allí adentro. 
Empecemos a gritar-le, en cuanto saliera de allí nos iríamos, dejaríamos el cementerio y volveríamos a mi casa. 
Pero Ivan no respondía, la angustia se aferró de Toni y de mi –no teníamos ni idea de que le pasaba a Ivan- 
Volvimos a sentir un fuerte ruido que procedía de allí adentro. Le dije a Toni que me esperase, que le podía estar pasando algo a nuestro amigo, y que yo iva a entrar. Antes de entrar le advertí que no dejara de alumbrarme con la linterna. 
Me decidí, comencé a caminar hacia la obertura de la pequeña habitación, la luz de la linterna me quitaba un poco el miedo, pero no todo. Estaba a unos escasos metros de la puerta, cuando vi una sombra en el suelo. Avise a Toni, yo sabia que algo malo le pasaba a mi amigo. 
Entre decidido para buscar a Ivan –debía estar allí, porque entro y no lo vimos salir- 
Una vez dentro, el corazón se me acelero al ver a Toni estirado boca arriba, tenia el móvil fuertemente sujeto entre sus manos. Se lo arrebate en un jesto de impotencia y salí corriendo, Toni no tubo que preguntarme nada, se hecho a correr detrás mío. 

En la huida del cementerio, iba derramando lágrimas por mi amigo Ivan, en ese momento no me fije si estaba vivo o muerto, no atine a tomarle el pulso. Solamente le arrebate el móvil. 

“Es culpa mía todo esto” pensé mientras iva corriendo. 

La puerta estaba a unos escasos 100 metros de distancia, y Toni corría velozmente detrás mío. 
La huida se nos estaba haciendo eterna, una vez delante de la puerta. Tuvimos que hacer un hábil gesto para esquivar la puerta, que anteriormente aviamos forzado para poder entrar. 

Una vez fuera del cementerio, suponíamos que el peligro havia acabado. Pero no fue así, alguna cosa extraña (no pudimos ver concretamente que) nos perseguía. Toni y yo, no teníamos otra opción que ir corriendo hacia mi casa y intentar encerrarnos y dar parte a la policía. 

Esa cosa extraña cada vez se nos acercaba mas, deje que Toni me pasara para asi tenerlo controlado. (no queria perder otro amigo, por mi culpa) 

Faltaba poco para poder ver mi casa, para simplemente verla. Cuando ya la teníamos en nuestro campo de visión, esa cosa que nos perseguía, al parecer aumento de ritmo. 

Si seguíamos a nuestro ritmo acabaría atrapándonos. Teníamos una larga recta delante nuestro, le grite a Toni y le lancé las llaves. –ya que el iva primero, ganaríamos unos segundos abriendo la puerta-. 
Toni no tardo en abrirla, yo estaba a unos metros de el, me estaba gritando pero yo no podía oír nada, solo veía su dedo señalando detrás mío, y su boca en un gesto de miedo. 
Me faltaban unos metros y estaría a salvo en mi casa con mi amigo. Hice un último esfuerzo y entre la puerta, que posteriormente fue cerrada con una velocidad brutal, por parte de Toni. 

Echamos todos los pestillos posibles e incluso pusimos sofás en la puerta, para bloquear el paso de esa cosa extraña que teníamos detrás. 

Nos caímos al suelo muertos de miedo, no nos salían las palabras. En un mar de dudas, la puerta sonó repeditamente. Un golpe detrás de otro. –no sabíamos que podía ser, pero no queríamos abrir- 

Empezamos a hecharnos cada vez mas hacia detrás, hasta chocarnos con la pared de la entrada, no me acuerdo bien como pero empezamos a pedir perdón –no recuerdo porque- 
Solamente pedíamos salir con vida de aquello… 

Volvió a sonar la puerta, y al cavo de un rato oímos la voz de Ivan! Abridme por favor! –decía- 

Era un momento de tensión, la puerta cada vez se movía mas, supuestamente Ivan la golpeaba con más fuerza. 

Nos asomamos a la mirilla, y apreciamos a Ivan lleno de sangre, con la ropa destrozada. No dudamos ni un segundo en abrirle la puerta para curarlo y llevarlo a un hospital. 

Desde esa noche, no hemos vuelto a venir a mi casa nunca más. Nos hemos cambiado de pueblo, y mi amigo Ivan esta ingresado en un psiquiátrico de Barcelona, donde lleva sin hablar desde el día en que le ocurrió aquel fatídico ataque en el cementerio. 

No sabemos que le ocurrió, como no habla, nunca podremos saber que le paso. 
Solo tenemos una pequeña prueba que capto su propio móvil dentro del recinto. –Aparece una sombra y sus propios gritos de pánico-


Relato Extraido de: Aquí